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  • Foto del escritorNadia Peña

Carta 2-Blanco.

Fui a la montaña y grité…

Cansada de estar enojada, cansada de fingir que quería lo que no me importaba. Desesperada de tanto esperar la respuesta, el ángel del cielo que me hiciera cambiar, que me transformara la vida, que me transformara a mí. Harta hasta del silencio indiferente de unas lágrimas, que sin permiso se atrevían a pasar. Ya no puedo más, no quiero más, es suficiente de tanta arrogancia, de tanta necedad. Ya basta de tanta prostitución mendigando aprobación, basta de tanto castigo por no haber sido, de tanta culpa por querer ser amada tal como soy, basta de querer ser ¨buena¨ porque me siento insuficiente. Estaba cansada de pelear, de luchar contra los monstruos que yo misma había creado, tan sutiles que parecían invisibles, pero ahí estaban, fieles a su misión, fuertes, tan fuertes que casi me secan la vida. Ya no podía más.

Así fui a la montaña y grité, grité hasta que mis pulmones quedaron vacíos, mi cuerpo se arrodilló, mi cabeza tocó el suelo, me tendí, poco a poco me fui haciendo pequeña, hasta quedar envuelta como una bebe antes de nacer, y lloré el aguacero que tenía reprimido, cubierto de tanta razón, tanta indiferencia, tanta pose, llore las lagrimas de toda una vida, con cada una de ellas salía algo de quien había sido, y justo cuando salió la ultima lagrima, empapada de sudor, de llanto, pequeña, recuperando la respiración, abriendo los brazos, estirando las piernas y mirando al cielo, me escuché decir, te perdono.

Me perdoné por todas las veces en que me había prostituido, diciendo que si cuando quería decir no, o diciendo que no cuando quería decir si.

Me perdoné por todas las veces en que me había mentido, queriendo creer que no podía, que era insuficiente, diciéndome no sé.

Me perdoné por castigarme saboteando mis sueños, por robarme a mí misma, por incumplirme tantas veces.

Me perdoné por criticarme, compararme, atacarme, por dedicar tanto tiempo a sufrir, en lugar de sanar, por darle tanta importancia a lo que los demás pensaran.

Me perdoné por andar enojada, destilando veneno, juzgandome y juzgando a los demás.

Me perdoné por no amarme, por no estar para mí, por posponerme.

Me perdoné.

Me rindo al amor, me dije, y una paz desconocida llenó el espacio de todo lo que había salido, mi alma sonrió con cierta alegría, mi voz susurro un hermoso GRACIAS, y la montaña me dijo: Ya párate de ahí y vete a vivir, eres libre, vive.

(La madre tierra siempre puede contener lo que para nosotros es muy grande, ella lo toma todo y lo transforma. Eso me dijo Miosotis un día).

Te amo!

Nadia._


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